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lunes, 31 de enero de 2011

Capitulo 1, Thomas, El Gran país

1.

 Thomas corría bosque a través buscando a Dumas, su hermano pequeño. Habían salido a cazar como cada mañana, pero ese día se habían adentrado demasiado en el bosque de Arion. Sabían que no debían hacerlo, sabían que ese bosque lo habitaban seres extraños y malas energías. Todos en el Gran País sabían que no debían irrumpir en Arion.
Ellos lo hicieron, perseguían un jabato y traspasaron la frontera entre el bosque de Buste y el bosque de Arion era una frontera invisible, pero perceptible. Cuando llegabas a tierras de Arion el aire cambiaba, el suelo era diferente; más oscuro, más seco. Y el silencio. No se oían pájaros cantar o animales correr. A excepción ese día del jabato, que asustado también traspaso la frontera.
Thomas perdió de vista a Dumas cuando apuntaba al animal con su arco. Thomas era especialmente bueno con esa arma, era su único medio para conseguir comida. Debía ser el mejor cazando, era el primogénito y desde la muerte de su padre el hombre de la casa. Acertó en el corazón con la primera flecha.

-¡Dumas! –chilló.
Sostenía sobre los hombros al animal cazado, pero aún así corría bastante deprisa.
-¡Dumas! Maldito crío. ¿Dónde se habrá metido ahora?
Era frecuente que Dumas se perdiera o alejase, era un chiquillo muy curioso y a sus trece años ya eran incontables las veces que se había perdido o desviado del camino.
-¡Thomas! –oyó que lo llamaban, pero no era la voz que esperaba oír.
Era Marcia, su hermana pequeña. Marcia tenía nueve años. Aunque su apariencia era la de una niña de siete, pequeña, delgada y con una larga melena, siempre recogida en dos trenzas. Apareció corriendo entre los árboles.
-¿Qué haces aquí, Marcia? –Le preguntó Thomas preocupado.
-Han venido a buscarte, soldados del rey. Quieren que te alistes en el ejercito, debes ir a la guerra –le explicó la niña a duras penas mientras intentaba coger aire por la carrera que acababa de realizar.
-No puede ser ¿Estás segura?
-Si. Ha sido madre quién me ha mandado a avisarte. No vuelvas. No regreses a casa, huye.
-No voy a huir. –Soltó al animal en el suelo y se sentó en el húmedo terreno.
-Madre quiere que huyas. “Ya perdí a mi marido en la guerra no voy a perder a un hijo” dijo mientras me colocaba el morral en los hombros y me pedía que te encontrara.
Thomas se sentía confuso. Era verdad que no quería alistarse, era demasiado joven, pero tampoco quería huir como un cobarde.
-¿Aún están allí los soldados? –Le preguntó de pronto a Marcia.
-Si, están esperándote.
-¿Dónde estará Dumas? –Se preguntó más para si que para que lo oyera Marcia.
-¿Le has perdido otra vez?
-No lo he perdido, se ha perdido –se defendió Thomas.
Oyeron un ruido tras de si. Los dos se volvieron asustados. Sabían que no debían estar donde estaban. Sólo eran unos metros los que se habían adentrado en Arion, pero bastaban para poner los pelos de puntas por cualquier ruido que se oyera.
Fue Dumas quien apareció de entre la espesura.
-Thomas, mira que he encontrado –dijo el niño sosteniendo entre sus manos un machete.
Era normal en él aparecer como si nada hubiera pasado, como si siempre hubiese sabido donde estaba y como tenía que volver.
-¡Estúpido! Siempre perdiéndote y preocupando a los demás. Como si nada te importara –le acusó Thomas levantándose y levantándolo de la pechera.
Fue Marcia quien salio en su defensa.
-Thomas, ya sabes que él es así ¿Por qué te pones de esa…? –No acabó la frase, pues la respuesta ya la sabía. Thomas estaba nervioso y asustado ante la noticia que le había dado.
-¿Qué te pasa hermano? –Le preguntó Dumas.
Marcia se apresuró a contarle lo que había pasado con los soldados y lo que le había dicho hacer su madre.
-No puedes irte al ejercito –fue lo único que dijo Dumas.
-Lo sé –le contestó pensativo Thomas.

Después de varios minutos pensando y barajando posibilidades, al fin habló.
-Voy a huir. No hay otra solución que satisfaga a madre.
Ninguno de los hermanos contestó.
-Dumas coge el jabato y llévatelo. Yo podré cazar otro. Partir o se extrañaran de que aún no regresemos. Diles que me has perdido en el bosque de Arion. No se atreverán a entrar allí a buscarme y si lo hicieran tampoco importaría, pues no me encontraran allí. Partiré al norte. Aún no se que haré. Decidle a madre que la quiero y que lo siento.
Marcia lloraba ya cuando Dumas dijo:
-Iré contigo.
-No Dumas –le interrumpió Thomas-. Tú debes quedarte a cuidar de Marcia y de madre. Por favor hermano prométeme que cuidaras de ellas.
Tras reflexionarlo varios segundos Dumas asintió con la cabeza.
-Dilo Dumas.
-Lo haré hermano, toma quédate esto te será de ayuda – le dijo Dumas ofreciéndole el maquete que había encontrado con anterioridad.
Thomas se arrodillo para poder mirar a Marcia a los ojos.
-Pequeña, quiero que seas fuerte. No llores. Regresaré. No sé cuando ni como, pero lo haré. Te lo prometo.
-No vas a volver. Me lo dice mi corazón.

domingo, 30 de enero de 2011

Prólogo. Thomas



Eran tiempos difíciles en el Gran país.
El reinado de Leomor “El Inmovible” espiraba. Rey sin descendencia. Rey viejo. Rey con dieciocho años de guerra continuada a sus espaldas. Sin fuerzas ya, para liderar un país atormentado por los ataques de Mortaff “El señor de Arion”, quién ansiaba el reinado absoluto sobre el Gran país.
Dieciocho años hacía ya, que había empezado la guerra. La victoria se había decantado hacía ambos bandos en apreciados momentos, pero nunca definitiva, nunca concluyente.
El rey leomor reinaba en el Gran país, entonces, le ayudaban magos, hombres y ciudadanos de Rush, pero ya no contaba con la ayuda que en antaño contó. Hacía años que no recibía ayuda de los elfos o del oráculo. No respondían ya, a sus ruegos ni peticiones. 
Por otra parte Mortaff contaba con el apoyo de magos oscuros, fibos, etronos y de más criaturas oscuras.
Miles de hombres y soldados leales al rey habían perdido sus vidas en innumerables batallas a lo largo y ancho de el Gran País. No menos bárbaros y criaturas extrañas leales a Mortaff también habían caído. Por ello en este tiempo, a ambos bandos les era difícil reclamar la ayuda de nuevos pueblos o guerreros, a consecuencia de eso, la guerra se encontraba en un punto muerto, ninguno movía filas frente al otro y ambos pensaban, planeaban y preparaban nuevas estrategias.
Mortaff, más bien, esperaba, sabía lo viejo y frágil que estaba ya Leomor. Sólo tenía que esperar, esperar pacientemente la muerte del rey. Y una vez muerto ¿Quién ocuparía la corona? Sin hijos, sobrinos o demás parientes incapaces de ocupar el trono. Mortaff veía allí la posibilidad de ganar la guerra y ocupar el trono por la fuerza. Muerto el rey, muertos los tratados con los diferentes pueblos. Muerto el rey, muerta la esperanza.