3.
Thomas se despertó apoyado aún en la mesa y con los pies el alto.
Estaba cansado de esperar al viejo. No sabía exactamente cuanto tiempo había dormido, pero se sentía con fuerzas ya, para continuar. Depositó sus pies sobre el sucio suelo y se calzó otra vez sus sandalias, sin tan siquiera retirarse el ungüento que aún no había absorbido su piel magullada.
Decidió que era hora ya de seguir o empezar realmente ya su camino. No iba a espera más a aquel viejo. Tampoco le debía nada –pensó- sí, le había ayudado con sus pies, pero, ¿cómo sabía que podía confiar en él? ¿Y si había ido a buscar al ejercito?
Lleno de dudas decidió que lo mejor era salir de esa cueva cuanto antes.
Le costó encontrar la salida, pero una vez fuera pudo divisar que el amanecer estaba próximo. Admiró las estrellas y las lunas, y supo que dirección tomar. Cualquiera hubiera dudado, pero él esa noche no. Sin entender cómo ni por qué sabía donde tenía que ir, sin saber aún a donde le llevarían sus pasos.
Caminó largas horas sin parar para que Lems no pudiera darle alcance. No se detuvo hasta que el sol había salido por completo. Cansado, sediento y hambriento, se paró junto a un arrollo. Allí se limpió las manos y se desperezó.
Una vez estuvo sentado junto al arrollo dispuesto ya a comer un mendrugo de pan, recapacitó sobre su huída:
-Quizá debería haberse quedado –dijo en voz alta, seguido de una negación de cabeza, se dijo de nuevo-: Es inútil pensar ya en eso, no puedo volver atrás.
Siempre puedes desandar lo andado.
Oyó esa voz como si surgiera del arrollo. Se levantó en el acto incrédulo de que fuera verdad lo que había escuchado.
-¿Quién hay allí? –Preguntó al aire.
No obtuvo respuesta.
Asustado recogió sus cosas y salió corriendo como si esa voz femenina hubiera sido la del mismo Arion.
No llegó lejos.
-¡Thomas! –Le chilló Lems, cuando lo vio pasar corriendo por en medio del bosque de Buste.
Iba tan deprisa que le costó frenar y ver de donde había procedido la voz del mago. Cuando lo descubrió no tuvo aliento para contestar.
-¿Por qué te has ido? ¿Tanto te costaba esperarme un poco? La impaciencia no es buena compañera de viaje –continuó el viejo-. ¿O es que pensaste que no iba a volver o que quizá volvería con soldados? ¿No has prestado atención a nada de lo que te he contado?
Thomas se sorprendió de la verdad que encerraba cada una de las palabras de Lems. Era verdad que no tenía paciencia, también que pensó en lo de los soldados y puede que tampoco hubiera prestado total atención a la historia del mago.
-Lo siento -fue todo cuanto logró decirle.
-Las cosas no se arreglan o se solucionan con un “lo siento” o “un gracias”. Hablas mucho y no haces lo que toca. Vamos sígueme.
-No voy a ir con usted.
-¿Cómo?
-Lo que ha oído no voy a ir con usted. Debo seguir mi camino. Le agradezco mucho lo que ha hecho por mí. Pero debo seguir y alejarme de aquí.
-No estás preparado aún. Tengo que enseñarte algunas cosas antes de que te marches.
-¿Qué quiere enseñarme?
-Todo a su tiempo. Ven conmigo.
Pero Thomas estaba cansado de las habladurías del viejo y de hecho no acababa de fiarse de él. No le conocía de nada. Ya le había dado las gracias y no le debía nada más.
-Otra vez será. Me marcho.
-Podrías esperar al menos...
-No –le interrumpió-, me retrasaría demasiado este bosque no es seguro para mí.
“Tan testarudo como su padre” –pensó Lems.
-¿Has oído hablar al agua? –Le preguntó El viejo para ganar tiempo.
-¿Cómo…?
-¿Has oído la voz de la Dama del agua?
-¿Cómo lo sabe?
-Yo también la oigo, soy mago.
-Pero yo no –le interrumpió Thomas.
-No, no eres mago -“Eres algo más” quiso decirle también, pero no podía-. Puede que la oyeras porque yo estaba cerca.
-Pero me habló a mí. ¿O has sido tú el que ha creado esa ilusión para hacerme volver?
¿Cómo no había pensado Lems en esa excusa perfecta?
¿Cómo no había pensado Lems en esa excusa perfecta?
-Sí, he sido yo. Debes quedarte conmigo.
-No voy ha hacerlo. Me voy –dijo tajante Thomas. Si ya no se fiaba de aquel viejo mago ahora después esa respuesta menos todavía confiaba en él. No tenía porque quedarse y cuanto más empeño ponía el otro en que se quedara más quería él irse.
¿Qué hago? –Se dijo Lems.
Mandó ese pensamiento a lo largo del bosque hasta el arrollo. Y sin hacerse esperar obtuvo respuesta:
Déjale marchar. No puedes retenerlo a la fuerza. Haz que caminé río arriba, yo velaré por él.
-Haz lo que quieras. Sólo te daré un último consejo viaja siempre río arriba y cerca de éste –buscó una buena excusa por la que debiera hacerlo aunque ésta fuera mentira-. Así no te perderás.
¿Cómo iba a perderse si no sabía exactamente a donde iba? Pero sin saber por qué decidió hacerle caso a aquel misterioso y algo extravagante viejo.
-Gracias de nuevo Lems. No creo que nos volvamos a ver. Adiós.
-Hasta pronto, Thomas. Seguro que nuestros caminos se vuelven a encontrar. Justo acabas de empezar tu viaje.
Thomas se volvió y empezó a recorrer de nuevo su camino al norte.
Dos horas le duró todo el aliento que tuvo para caminar. Cuando encontró un lugar apropiado se tumbó a descansar y a esperar la luz de un nuevo día. En el que debería atravesar el territorio de Buste, sin ser visto.
4.
Thomas se acercaba ya a los lindes del bosque de Buste. Sabía que sería mejor atravesar el río y el pueblo de noche para evitar ser visto.
Así que descansó a los pies de un árbol mientras esperaba que la oscuridad ocultadora llegara.
Gamaway salió de la cabaña dejando a William durmiendo.
Levantó la vista. Ese día no vería atardecer, las nubes cubrían por completo el cielo de la tarde. Aún no llovía, pero se olía la lluvia.
Una ráfaga de aire la rozó y después de estremecerse se envolvió en su capa gris, se colocó la capucha y se adentró en el bosque de Cadben. Cuando estuvo cerca de su árbol preferido se transformó en ese animal que tanto le gustaba.
Sus plumas grisáceas, blancas y negras brillaban aunque el sol esa tarde no luciera.
Y alzó el vuelo en busca de su misión.
Thomas consiguió cruzar Buste sin ser visto. Le costó toda la noche.
Cuando salió del pueblo tuvo la duda de atravesar la llanura Este o coger el camino de aldea Geji. Sería más cómodo el camino, pero también más transitado. Aunque en la llanura no habría muchos lugares donde esconderse si avistaba una patrulla.
Decidido. Emprendió su viaje por al camino. Allí siempre podría esconderse de caminantes o destacamentos, si era a tiempo de verlos venir.
Llegar a la aldea de Geji es buena idea –Pensó-. Allí quizá consiga algo de dinero o una cama.
Pero fue antes de llegar a Geji cuando encontró cobijo.
Caminaba casi exhausto ya, cuando se percató de una cabaña a la izquierda del camino, de la cual se veía salir humo de su chimenea.
Dudó durante un instante si acercarse o no.
Y cuando había decidido pasar de largo alguien le habló desde la copa de un árbol.
-¿Te has perdido?
Thomas miró hacia arriba, una niña no con más de seis años se posaba en las ramas gruesas de aquel árbol, con una larga melena negra y unos grandes ojos azules. Se sorprendió de no haberla visto antes y pensó que debía poner más atención en sus andares o sería descubierto, pues si una simple niña le sorprendía, que no harían los soldados.
-No.
-Puedes tienes cara de perdido.
-No tengo cara de perdido, sino de cansado –le contestó agachándose y colocando ambas manos sobre sus rodillas.
-Ven a mi casa. Mi madre prepara un estofado estupendo y seguro que allí podrás descansar.
A Thomas se le hizo la boca agua sólo de pensar en ese estofado, pero declinó la invitación, primero porque tendría que dar respuesta a muchas preguntas y mentir si entraba en esa casa, y segundo quizá los padres de aquella niña no veían de buen grado que su hija invitara a desconocidos a comer a su casa.
-¡Hanna!
Se oyó como una mujer chillaba.
-Encantado de conocerte. Tengo que irme –dijo Thomas intentando despedirse antes de que se acercara la mujer y lo viera.
-No, no te vallas.
La niña se bajó enseguida del árbol.
-Lo siento niña, pero debo marcharme.
Hanna lo cogió de una pierna.
-No puedo dejar que te vayas así. Debes descansar y comer algo.
La mujer llegó ya a verles y saludó con un brazo.
-Buenos días señor –le dijo ésta al estar ya cerca de él.
-Buenos días señora, estaba… yo.
La mujer era igual que la niña. Estaba claro que era su madre.
-Mamá –le interrumpió la niña-, Esta cansado y hambriento deberíamos ayudarle.
La mujer miró de arriba abajo a ese chico, que vestía harapos y estaba realmente sucio. Pero vio algo en sus ojos verdes un brillo de esperanza que hacia tiempo no veía.
-Me llamo Micaela ¿y tú, chico?
-Thomas.
-Vamos acompáñanos. Tengo comida.
Thomas no discutió esta vez. Le asombraba encontrase siempre con gente dispuesta a ayudarle. Y pensó que algún astro debía estar de su parte.
Caminó detrás de las dos hasta llegar a la cabaña.
En un árbol que cubría parte de la cabaña vio un precioso búho en tonos grisáceos que lo miraba.
5.
Gamaway llegó de nuevo al amanecer a la cabaña. Después de una larga noche de vuelos entre ida y vuelta.
-Viejo, ya estoy aquí –chilló desde fuera.
El hombre salió de la cabaña, apoyándose en su bastón. William no era un hombre viejo, simplemente un hombre curtido por los años y cojo de la pierna izquierda. Su pelo grisáceo podía hacerle aparentar más años de los que tenía, pero sus ojos verdes delataban que no debía de pasar de mucho la cuarentena.
-No me llames viejo, niña –le espetó él.
-Y tú no me llames niña. Tengo más años que tú.
Gamaway era una cambiante, y aunque su aspecto físico parecía el de una joven no mucho mayor de dieciocho años, contaba con más de cincuenta años a sus espaldas.
Los cambiantes eran una especie del Gran país algo difícil de describir: Eran en parte elfo, en partes humano y en parte animal. Poseían las orejas, los instintos y la hermosura de un elfo, la mortalidad de un humano, aunque vivían muchos años más que cualquier humano, y podían convertirse en animales, siempre y cuando los estuvieran viendo. Es decir; que para poder transformarse tenían que tener un contacto visual directo con el animal.
-Dime; ¿le has encontrado?
-Sí, está cerca de la aldea Geji.
-Tarda demasiado.
-Pues yo volando no lo voy a traer –sonrió la chica.
Era raro verla sonreír, bien lo sabía William. Gamaway tenía un aspecto imperturbable; su larga melena negra y sus ojos oscuros como el carbón contrastaban con el blanco pálido de su piel, y era muy hermosa. Todos esos detalles en conjunto le daban un aire bastante frío.
Lejos de hacerle ninguna gracia el comentario de Gamaway, él lo rumió.
-Traerlo volando, no, pero si puedes traerlo a galope.
-Espera, no querrás que vaya hasta allí, para acompañarle todo el viaje –dudó un momento-. Hace años que no me convierto en otro animal. Además no me apetece llevar encima a ese crío.
-Lo sé, pero debemos darnos prisa, no podemos permitirnos que otros lo encuentren –le explicó William, mientras se sentaba a descansar en la silla del porche.
Ella no se sentó. Le crispaba que aquel hombre siempre le mandara.
-Sé que es tu sobrino y que su padre era un gran predilecto, pero no entiendo quien más podría interesarse por él. Sólo es un crío de dieciséis o diecisiete años.
-Mi hermano no fue un gran predilecto, fue el capitán de los predilectos y murió luchando contra las fuerzas de Arion.
Gamaway conocía de sobra la historia de la muerte del hermano de William. Como había entrenado y guiado en la lucha a todos los predilectos.
Los predilectos; eran humanos que fueron bendecidos y entrenados por elfos, cuando estos decidieron dejar de luchar en una guerra que no era suya. Fue lo único que hicieron ya por el rey. Procurarle un pequeño batallón de hombres capaces de enfrentarse a Arion. Y así fue hasta que su capitán Thomas Wheelmon murió y su hermano William quedó cojo de por vida.
-Mi sobrino –continuó William-, es el único que tiene en su sangre el poder suficiente para luchar contra Arion y empuñar la espada de los elfos.
-Sólo es un crío. Necesitará años de entrenamiento –dijo ella.
-Lo sé, por eso cuanto antes esté aquí antes empezaremos. Ve a traerlo.
Gamaway bufó.
-Y –continuó el hombre-, es mejor que sea yo el que explique quien es. ¿Entiendes, Gamaway?
-Perfectamente. Voy a descansar, al atardecer saldré en su busca y lo traeré.
-Gracias niña –le dijo William guiñándole un ojo -. Muchas Gracias, Gamaway.
Hacía tiempo que Gamaway hubiera mandado a ese hombre arrogante y engreído a freír espárragos. Pero no podía, él le había ayudado cuando nadie más lo hizo. Le debía más que su obediencia, le debía la vida.
6.
Hanna orgullosa, le mostró a Thomas su cabaña. Una cabaña muy vieja ya, sólo con dos habitaciones a un lado y una gran sala central. Donde había una pequeña chimenea y una mesa rectangular con cuatro sillas muy desgastadas.
La mujer retiró con gran esfuerzo la olla del fuego, Thomas fue a ayudarle.
-Siéntate chico, pronto vendrá Sam y cenaremos –le indicó la mujer-. Y tú, Hanna, ve a lavarte las manos afuera.
-Él también tendría que lavárselas, mamá –le replicó la niña.
La mujer y Thomas sonrieron.
-Voy contigo –dijo éste.
Se lavaron las manos en una jofaina llena de agua que había bajo un pequeño cobertizo detrás de la casa. La niña no le hablaba, pero no dejaba de mirarle con cara de asombro y con gran interés.
-¿Dónde está tu padre?
-Ha ido a cambiar nuestra leche por algo de harina con el vecino.
-Pues si que tarda –pensó él en voz alta.
-Nuestro vecino más próximo está a media jornada entre la ida y la vuelta –dudó y miró al cielo-. Aunque, va en carro. Se habrá quedado charlando un rato –aventuró Hanna.
Thomas no dijo más y entró en la cabaña.
Al poco llegó Sam portando gran cantidad de comida; pan, carnes, y verduras. Su mujer y su hija salieron a recibirle, Thomas prefirió que fueran ellas las que le contasen de antemano su presencia en esa casa.
Cuando entró en la casa lo miró de arriba a bajo y viceversa. Thomas se presentó y le ofreció su mano. El hombre no la estrechó.
-¿De donde vienes, chico?
Tenía que mentir –pensó Thomas. Pero bien sabía que desde donde lo habían visto venir sólo podría venir de dos sitios; Buste o Arion. Así que dijo la verdad. Nunca podía decir uno que venía de Arion.
-Soy de Buste.
-¿Y a donde vas? –Preguntó de nuevo Sam.
-Al norte.
-Papá –les interrumpió Hanna-, caminaba desvalido cuando lo vi.
Thomas pensó que la niña exageraba, pero no dijo nada.
-Te daremos cena y cama –añadió el padre sin mirar a la niña-, pero mañana al alba debes marcharte.
-De acuerdo, señor. Gracias –contestó Thomas pensando que tampoco él quería quedarse más.
La cena fue todo un manjar para Thomas comer algo caliente y con cuchara le llenó de nuevas energías y le recordó a su hogar llenándole también el corazón de nostalgia.
Le prepararon una cama cerca de la chimenea hecha de paja. Fue un sitio reconfortable para Thomas que llevaba largas noches durmiendo en el frío y duro suelo. Se durmió enseguida ajeno a la conversación que mantenían Sam y su mujer en la habitación.
-Ese chico es el que buscan –le explicó el hombre.
-¿Por qué querrá el rey a ese chico?
-No lo sé, pero ha puesto una buena recompensa para quien se lo entregue con vida.
-No parece mala persona. Simplemente es un chiquillo. Me da lastima en sus ojos se puede ver toda la pena que siente y lo solo que está.
-No debemos mantenerlo aquí.
A ninguno de los dos se les ocurrió ni por un momento entregarle, aunque necesitaban desesperadamente la recompensa que ofrecían por él, nunca harían nada por un rey que nunca hizo nada por ellos, por su pueblo. El rey sólo pensaba en su guerra.
-Mañana se marchará –dijo ella-, pero deberíamos avisarle de que le buscan.
-Sí, al amanecer hablaré con él.
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