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martes, 22 de marzo de 2011

Thomas. Capítulo 3

                                                     3.

Thomas  se despertó apoyado aún en la mesa y con los pies el alto.
Estaba cansado de esperar al viejo. No sabía exactamente cuanto tiempo había dormido, pero se sentía con fuerzas ya para continuar. Deposito sus pies sobre el sucio suelo y se calzó otra vez sus sandalias, sin tan siquiera retirarse el ungüento que aún no había absorbido su piel magullada.
Decidió que era hora ya de seguir  o empezar realmente ya su camino. No iba a espera más a aquel viejo. Tampoco le debía nada –pensó- sí, le había ayudado con sus pies, pero, ¿cómo sabía que podía confiar en él? ¿Y si había ido a buscar al ejercito?
Lleno de dudas decidió que lo mejor era salir de esa cueva cuanto antes.
Le costó encontrar la salida, pero una vez fuera pudo divisar que el amanecer estaba próximo. Admiró las estrellas y las lunas, y supo que dirección tomar. Cualquiera hubiera dudado, pero él esa noche no. Sin entender cómo ni por qué sabía donde tenía que ir, sin saber aún a donde le llevarían sus pasos.
Caminó largas horas sin pararse para que Lems no pudiera darle alcance. No se detuvo hasta que el sol había salido por completo. Cansado, sediento y hambriento, se detuvo junto a un arrollo. Allí se limpió las manos y se desperezó.
Una vez estuvo sentado junto al arrollo dispuesto ya a comer un mendrugo de pan, recapacitó sobre su huida: Quizás debería haberse quedado.
Con una negación con la cabeza, se dijo:
-Es inútil pensar ya en eso, no puedo volver atrás.
Siempre puedes desandar lo andado.
Oyó esa voz como si surgiera del arrollo. Se levantó en el acto incrédulo de que fuera verdad lo que había oído.
-¿Quién anda allí? –Preguntó al aire.
No obtuvo respuesta.
Asustado recogió sus cosas y salió corriendo como si esa voz femenina hubiera sido la del mismo Arion.

-¡Thomas! - oyó que le chillaban.
Al volverse vió al viejo Lems andando entre los árboles. Intentó recobrar el aliento y al abrir la boca para pronuciar no sabía muy bien el qué. Lems le interrumpió.
-¿A dónde va? Te pedí que me esperases. 
-Tengo que irme ya. No puedo perder más el tiempo- Le interrumpió esta vez Thomas-. El tiempo apremia y de verdad le agradezco su ayuda, pero debo partir. 
-No voy a contradecirte -le dijo el viejo-, pero si debes saber varias cosas antes de marcharte. 
-Señor, se lo agradezco, pero no voy a perder más tiempo. Hasta siempre - le dijo dando media vuelta y empezando a caminar.
-¡Chico! 
A pesar de que Thomas oyó al mago llamarlo de nuevo. Hizo oidos sordos y empezó a correr. Todo en aquel bosque le resultaba perturbador. La sensación de alerta no marchaba en ningún momento de su estomago. Sentía, sabía que no debía estar ahi. Algo le ensombrecia los pensamientos. Por eso corrió y corrió hasta que el aliento le faltó y la sesación desapareció.

lunes, 14 de marzo de 2011

La Dama del agua. Cap. 2. Thomas

                                                               2.  



L  ems llegó a donde quería llegar cuando se propuso llegar y en el momento que quiso llegar.
Paseó entre las hiervas y los árboles hasta encontrar lo que había venido buscando. Esa parte del bosque era más espesa y áspera de lo que era el bosque que rodeaba la cueva. Con la diferencia del lago y la cascada. Se sentó a duras penas (ya no se movía tan ágil como antaño) a los pies del lago y pronunció unas palabras.
Pasó algunos momentos inquieto mientras   esperaba que apareciera quien había venido a ver.
Todo estaba en calma, las lunas brillaban sobre la superfiecie del lago, sólo el cantar de algún buho legano rompía el silencio.
La tranquila calma del agua desapareció cuando una voz de mujer dulce y melancólica salió de ella.
-Bien hallado, bienvenido, y bien escuchado, Lems. ¿Qué te trae por aquí después de tantos inviernos?
-¡Oh! Mi señora, le he encontrado –tartamudeó el viejo.
-¿A quien has   encontrado, amigo Lems?
-A su hijo…
-¿Otra  vez vienes a torturar a esta vieja dama con tus visiones y suposiciones?
-No, mi señora. Esta vez está aquí, es decir está en mi cueva.
Del agua salió entonces la figura blanca de una mujer, con cabellos color plata y un vestido hecho por el mismo agua. Brillaba como las misma lunas, radiantes e intocables.
-¡Explícate! -Le exigió la voz, esta vez no tan dulce.
-Vino a mí en el bosque, deambulaba perdido y con sus pies malheridos. Lo acogí en mi casa. Le hice algunas preguntas para comprovar mis sospechas, pero no hizo falta mucho. Tiene los mismos ojos que su padre y su porte. Es la viva imagen de William.
-¿Qué le has dicho?
-Nada, mi señora he venido antes a verla a usted.
-Si es cierto lo que dices debemos ser prudentes. Nadie debe saber que existe, ninguna noticia deben tener de que un hijo de ”Los predilectos” está vivo.

martes, 8 de marzo de 2011

lunes, 7 de marzo de 2011

Thomas. Cap 1. Parte 4

Tardó un buen rato en preparar el ungüento, con el que le impregnó ambos pies. La sensación del unto fue fría, pero aliviadora. Emanaba un olor a hierbas muy agradable, pero el aspecto no lo era tanto. Bien podría haber sido algún excremento de animal.

-Gracias.
-Deja de darme las gracias, chico, da las gracias cuando lo que te ofrezcan haya sido de ayuda ya. Aún no sabes si lo que te he puesto funciona. Quizás podría haberte puesto algo que más tarde te abrasara la carne.
Asustado Thomas dijo:
-Pero eso no es verdad, ¿no?
-No, claro que no. Pero sería bueno para ti no dar las gracias demasiado pronto. Igual que no debes confiar tan a la ligera en lo que te ofrecen. Debes tener más cuidado.
-Lo tendré, Señor.
-Ahora quédate aquí. Deja los pies elevados –dijo ofreciéndole una pequeña banqueta-. Deben estar impregnados y en alto durante algunas horas. Yo tengo que salir. No tardaré.
-¿A donde va? -Preguntó Thomas algo nervioso.
-Tranquilo, no veré a nadie allí donde voy. Tengo que recoger algunas cosas.

Thomas vio partir al Viejo Lems sin poder evitar pensar en si de verdad volvería y en la posibilidad de que si volvía lo hiciera acompañado por alguien del ejercito.
Se sentía nervioso, no le apetecía nada estar allí solo, el ungüento empezaba a oler diferente y la sensación fría había desaparecido dando paso a una sensación de escozor.  Pensó detenidamente en todo lo que Lems le había contado sobre su vida. Pensó en lo que un día le dijo su madre: “Thomas, no puedes juzgar una historia sin saber la verdad de todas sus partes.”            
Pero por ahora Thomas debería conformarse con la versión del exilio de         Lems. Y esperarle.
Toda la historia del Gran País ya la conocía eran los cuentos que su madre les contaba para dormir a los tres. La historia de El rey Único y su esposa, la de El príncipe Temlo y sus cuatro caballos o la que más le gustaba la de los predilectos, humanos entrenados y bendecidos por los elfos para ayudar al rey.