Thomas se acercaba ya a los lindes del bosque de Buste. Sabía que sería mejor atravesar el río y el pueblo de noche para evitar ser visto.
Así que descansó a los pies de un árbol mientras esperaba que la oscuridad ocultadora llegara.
Gamaway salió de la cabaña dejando a William durmiendo.
Levantó la vista. Ese día no vería atardecer, las nubes cubrían por completo el cielo de la tarde. Aún no llovía, pero se olía la lluvia.
Una ráfaga de aire la rozó y después de estremecerse se envolvió en su capa gris, se colocó la capucha y se adentró en el bosque de Cadben. Cuando estuvo cerca de su árbol preferido se transformó en ese animal que tanto le gustaba, en ese animal que le hacia sentir libre.
Sus plumas grisáceas, blancas y negras brillaban aunque el sol esa tarde no luciera.
Y alzó el vuelo en busca de su misión.
Thomas consiguió cruzar Buste sin ser visto. Le costó toda la noche.
Cuando salió del pueblo tuvo la duda de atravesar la llanura Este o coger el camino de aldea Geji. Sería más cómodo el camino, pero también más transitado. Aunque en la llanura no habría muchos lugares donde esconderse si avistaba una patrulla.
Decidido. Emprendió su viaje por al camino. Allí siempre podría esconderse de caminantes o destacamentos, si era a tiempo de verlos venir.
Llegar a la aldea de Geji es buena idea –Pensó-. Allí quizá consiga algo de dinero o una cama.
Pero fue antes de llegar a Geji cuando encontró cobijo.
Caminaba casi exhausto ya, cuando se percató de una cabaña a la izquierda del camino, de la cual se veía salir humo de su chimenea.
Dudó durante un instante si acercarse o no.
Y cuando había decidido pasar de largo una niña le habló desde la copa de un árbol.
-¿Te has perdido?
Thomas miró hacia arriba, se sorprendió de no haberla visto antes y pensó que debía poner más atención en sus andares o sería descubierto, pues si una simple niña le sorprendía, que no harían los soldados.
-No.
-Pues tienes cara de perdido.
-No tengo cara de perdido, sino de cansado –le contestó agachándose y colocando ambas manos sobre sus rodillas.
-Ven a mi casa. Mi madre prepara un estofado estupendo y seguro que allí podrás descansar.
A Thomas se le hizo la boca agua sólo de pensar en ese estofado, pero declinó la invitación, primero porque tendría que dar respuesta a muchas preguntas y mentir si entraba en esa casa, y segundo quizá los padres de aquella niña no veían de buen grado que su hija invitara a desconocidos a comer a su casa.
-¡Hanna!
Se oyó como una mujer chillaba.
-¡Ven mamá! –contestó la niña.
-Encantado de conocerte, me voy –dijo Thomas rápidamente para despedirse antes de que se acercara la mujer y lo viera.
-No, no te vallas.
La niña se bajó enseguida del árbol.
-Lo siento niña, pero debo marcharme.
Hanna lo cogió de una pierna.
-No puedo dejar que te vayas así. Debes descansar y comer algo.
La mujer llegó ya a verles y saludó con un brazo.
-Buenos días–le dijo ésta al estar ya cerca de él.
-Buenos días señora, estaba… yo.
-Mamá –le interrumpió la niña-, Esta cansado y hambriento deberíamos ayudarle.
La mujer miró de arriba abajo a ese chico, que vestía harapos y estaba realmente sucio. Pero vio algo en sus ojos verdes un brillo de esperanza que hacia tiempo no veía.
-Me llamo Micaela ¿y tú, chico?
-Thomas.
-Vamos acompáñanos. Tengo comida.
Thomas no discutió esta vez. Le asombraba encontrase siempre con gente dispuesta a ayudarle. Y pensó que algún astro debía estar de su parte.
Caminó detrás de las dos hasta llegar a la cabaña y al pisar el umbral de la puerta dislumbró en un árbol que cubría parte de la cabaña vio un precioso búho en tonos grisáceos que lo miraba.
3 comentarios:
Desde lo alto del árbol, sigo atenta los pasos de Thomas.
NO TE VAYAS...
Gracias.... Por leerme.
Me encanta que os guste.
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