6.
Hanna orgullosa, le mostró a Thomas su cabaña. Una cabaña muy vieja ya, sólo con dos habitaciones a un lado y una gran sala central. Donde había una pequeña chimenea y una mesa rectangular con cuatro sillas muy desgastadas.
La mujer retiró con gran esfuerzo la olla del fuego, Thomas fue a ayudarle.
-Siéntate chico, pronto vendrá Sam y cenaremos –le indicó la mujer-. Y tú, Hanna, ve a lavarte las manos afuera.
-Él también tendría que lavárselas, mamá –le replicó la niña.
La mujer y Thomas sonrieron.
-Voy contigo –dijo éste.
Se lavaron las manos en una jofaina llena de agua que había bajo un pequeño cobertizo detrás de la casa. La niña no le hablaba, pero no dejaba de mirarle con cara de asombro y con gran interés.
-¿Dónde está tu padre?
-Ha ido a cambiar nuestra leche por algo de harina con el vecino.
-Pues si que tarda –Pensó él en voz alta.
-Nuestro vecino más próximo está a media jornada entre la ida y la vuelta –dudó y miró al cielo-. Aunque, va en carro. Se habrá quedado charlando un rato –aventuró Hanna.
Thomas no dijo más y entró en la cabaña.
Al poco llegó el hombre portando gran cantidad de comida; pan, carnes, y verduras. Su mujer y su hija salieron a recibirle, Thomas prefirió que fueran ellas las que le contasen de antemano su presencia en esa casa.
Cuando entró en la casa lo miró de arriba a bajo y viceversa. Thomas se presentó y le ofreció su mano. El hombre no la estrechó.
-¿De dónde vienes, chico?
Tenía que mentir –pensó Thomas. Pero bien sabía que desde donde lo habían visto venir sólo podría venir de dos sitios; Buste o Arion. Así que dijo la verdad, nunca podía decir uno que venía de Arion.
-Soy de Buste.
-¿Y a donde vas? –Preguntó de nuevo Sam.
-Al norte.
-Papá –les interrumpió Hanna-, caminaba desvalido cuando lo vi.
Thomas pensó que la niña exageraba, pero no dijo nada.
-Te daremos cena y cama –añadió el padre sin mirar a la niña-, pero mañana al alba debes marcharte.
-De acuerdo, Señor, gracias –contestó Thomas pensando que tampoco él quería quedarse más.
La cena fue todo un manjar para Thomas comer algo caliente y con cuchara le llenó de nuevas energías y le recordó a su hogar llenándole también el corazón de nostalgia.
Le prepararon una cama cerca de la chimenea hecha de paja. Fue un sitio reconfortable para Thomas que llevaba largas noches durmiendo en el frío y duro suelo. Se durmió enseguida ajeno a la conversación que mantenían Sam y su mujer en la habitación.
-Ese chico es el que buscan –le explicó el hombre.
-¿Por qué querrá el rey a ese chico?
-No lo sé, pero ha puesto una buena recompensa para quien se lo entregue con vida.
-No parece mala persona. Simplemente es un chiquillo. Me da lastima en sus ojos se puede ver toda la pena que siente y lo solo que está.
-No debemos mantenerlo aquí.
A ninguno de los dos se les ocurrió ni por un momento entregarle, aunque necesitaban desesperadamente la recompensa que ofrecían por él, nunca harían nada por un rey que nunca hizo nada por ellos, por su pueblo. El rey sólo pensaba en su guerra.
-Mañana se marchará –dijo ella-, pero deberíamos avisarle de que le buscan.
-Sí, al amanecer hablaré con él.
7.
El capitán Simons, caminaba raudo por los pasillos de palacio camino a los aposentos del rey Leomor.
Nervioso se paró ante los guardias. Nunca era una buena señal que te mandara a llamar el rey directamente.
-El rey me espera –les anunció a los guardias.
Ambos retiraron sus lanzas y le permitieron el paso, no sin antes anunciar su entrada.
-Pasa, Simons –le exigió el Rey con voz grave.
El rey era un hombre alto y robusto. Pero sus largos años ya no hacían su presencia tan amenazante como antes. Estaba sentado junto a la ventana, en una silla demasiado excesiva en joyas en su respaldo. Cubierto por una capa aterciopelada azul. Su larga barba blanca recostaba en su vientre.
-¿Qué desea, mi señor? –Preguntó Simons arrodillándose.
-Levántate, amigo, el mejor capitán que he tenido nunca. No te arrodilles ante este viejo.
-Usted no es viejo, majestad –dijo al tiempo que se levantaba.
-Sí, lo soy. Igual que tú ya –sonrió-, ¿Cuántos años tiene ya tu hijo?
-Veintiuno –dudó, no entendía a donde que ría llegar el rey-. Es un buen soldado.
-No lo pongo en duda. Es por eso que te hecho llamar, amigo mío. Lleváis días sin encontrar a ese chico y creo que estamos planteando mal la estrategia.
-¿Qué quiere decir? –Preguntó Simons nervioso.
-Es muy fácil esconderse de una patrulla de diez hombres. También pienso que nuestro pueblo no nos ayuda como nos gustaría y no se lo reprocho. Un hombre en busca de otro hombre, eso es lo que planteo.
-Yo mismo iré a buscarlo si es eso lo que ordenáis.
-Como ya te he dicho antes; estamos viejos –volvió la vista hacia la ventana y se acarició la barba-. Tu hijo irá en su busca.
-Pero… Peter es joven aún para andar solo en una misión.
-¿Dudas de la fuerza y la preparación de tu hijo?
-No. Pero…
-Es el deseo de tu rey, ¿vas a cumplirlo o tendré que ordenártelo? Sabes lo necesario que es ese chico para mi reinado no podemos permitirnos que acabe en las manos equivocadas.
-Lo haré, mi señor –dijo Simons resignado.